Nick Cave & The Bad Seeds

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Jorge Alonso | 66rpm, 2014
“Nick Cave & The Bad Seeds. Compartiendo las semillas”

En apenas un año, en el mercado español han coincidido tres publicaciones en castellano de y sobre Nick Cave: La canción de la bolsa para el mareo (Sexto Piso, 2015), La violencia en Nick Cave (Quarentena, 2015) y la que nos ocupa ahora, Compartiendo las semillas (66 rpm, 2014). Escrito por un fan irredento del músico australiano, su autor se basa en la ajustada bibliografía que menciona al final del libro para recomponer la ajetreada biografía del homenajeado en algo más de 260 páginas. Como historiador del cine que es, Jorge Alonso no sólo se centra en la obra musical de Cave, sino también en las incursiones de éste como actor, guionista y compositor para la gran pantalla –incluyendo una ambientación sonora para La pasión de Juana de Arco (Carl Theodor Dreyer, 1928) y hasta una inédita colaboración en la frustrada secuela de Gladiator (¡uf!).

Sin caer en la hagiografía al uso, el autor no consigue saldar la impresión de un reparto irregular en lo tocante a los contenidos de cada bloque. Así, Compartiendo las semillas se presenta muy denso al inicio en cuanto a información se refiere, para luego ir cerrando los capítulos precipitadamente a medida que avanza el libro, llegando al punto de que, en el antepenúltimo, sintetiza de un plumazo (apenas 9 páginas) un doble LP, un recopilatorio de tres CDs, un disco de colaboraciones, una novela, dos BSO y los dos álbumes homónimos de Grinderman. Pese a este atropellado ritmo, el libro nos adentra con exhaustividad en el proceso vital que condujo a Nick Cave a reconvertir su imagen de yonqui apunkarrado en la de dandy calvinista, lo que queda de sobras demostrado por la notoria influencia que ejercieron en él sus entregadas lecturas del Antiguo Testamento y las viejas baladas anglicanas de asesinatos, bandidos y maleantes que tanto se reflejan en las sublimes Murder Ballads (1996, Mute).

Para Alonso, la historia de los Bad Seeds quedaría marcada a fuego por tres significativos divorcios. El primero llegó de la mano de Barry Adamson, quien abandonó el barco nada más zarpar hacia tierras europeas, seguido por el más traumático de todos: el de Blixa Bargeld (¡a ver quién iba a llenar su hueco!). El último adiós sentenciaría la banda hasta su casi disolución: en efecto, la marcha de Mick Harvey vino propiciada a su vez por el progresivo protagonismo de Warren Ellis al frente de los Bad Seeds, ganándose poco a poco los favores personales del líder y adoptando el muy bien explotado papel de fiel paladín y escudero de Cave en proyectos a dúo para el cine –Lawless (John Hillcoat, 2012), The Proposition (John Hillcoat, 2005), The Road (John Hillcoat, 2006), The assassination of Jesse James by the coward Robert Ford (Andrew Dominik, 2007)– o en grupos paralelos como los citados Grinderman. Al respecto, son muy reveladores algunos versos como los de More News From Nowhere en los que el cantante culpa simbólicamente a Deanna –representando los primeros tiempos de los Bad Seeds, concretamente los de Tender Prey (1988, Mute)– por sentirse tan triste y solo en ninguna parte, añorando alguna vez volver de nuevo a casa.yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Nick Cave & The Bad Seeds

Las numerosas referencias musicales de Cave y los suyos variarán sistemáticamente desde sus inicios con The Boys Next Door y The Birthday Party, simientes de lo que serán los futuros Bad Seeds. Si bien al principio se les llegaron a pretender incluso influencias de la música aborigen, estilísticamente se adherían más bien a una especie de blues garajero con una clara actitud punk en su lenguaje sonoro. Luego darían un profético vuelco hacia los medios tiempos que, pese a encajar como un guante con su cancionero más oscuro, les alejó considerablemente de esa imagen de malotes pendencieros que arrastraron como una losa hasta más o menos la publicación de Let Love In (1994, Mute) y que cristalizaría sobre todo en The Boatman’s Call (1997, Mute). Sin duda, la etapa gospel alcanzaría su máximo apogeo en No More Shall We Part (2001, Mute) y más aún en el tándem Abbatoir Blues / The Lyre Of Orpheus (2004, Mute). Tampoco deben menospreciarse los acercamientos al cabaret berlinés de Kurt Weill –el cover de Mack The Knife es la prueba más evidente– ni la fuerte impresión que produjo en Nick Cave su estancia en Brasil –a la canción Foi Na Cruz me remito–. Asimismo, otras reconocibles sombras planean sobre el Nick Cave más inspirado, como son las de sus admirados Johnny Cash, Scott Walker y Tom Waits: no en vano, la sonoridad de Murder Ballads recuerda tanto a la de Franks Wild Years (1987, Island).

Aunque es de agradecer la inclusión de una amplia cantidad de canciones traducidas y fotos de promoción y giras a lo largo de todo el libro, se echa de menos un índice onomástico que permita localizar a los numerosos secundarios de lujo que pueblan sus páginas. El listado cuenta, entre otros muchos, con los nombres de Thomas Wydler (Die Haut), Marc Almond (Soft Cell), Henry Rollins (Black Flag), Jim Sclavunos (Sonic Youth), Jarvis Cocker (Pulp) y por supuesto Blixa Bargeld (Einstürzende Neubauten), amén de musas varias como Lydia Lunch, Marianne Faithfull, PJ Harvey y Kylie Minogue –a quien por cierto conectó vía Michael Hutchence (INXS)–.

La vasta cultura adquirida por Cave se haría notar conforme fueron pasando los años, hasta exhibir con forzada grandilocuencia la capacidad de juntar a Picasso, Lorca, Jung y Walt Whitman en una misma canción (Babe, I’m On Fire) y en otra enlazar a Marx, Gauguin, Nabokov, San Juan de la Cruz y el tupé de Johnny Thunders (There She Goes, My Beautiful World) o ensalzar a Hemingway en detrimento del siempre tan sobrevalorado Bukowski (We Call Upon The Author). Salta a la vista que Nick Cave está sobradamente bregado en materia literaria: de hecho, confesó que su entrada en el mundo de la novela fue por su deseo de imitar a Dostoievsky. Así se trasluce tras la lectura de Y el asno vio al ángel (Pre-Textos, 1991) y La muerte de Bunny Munro (Papel de Liar, 2009). Más allá de su disciplinaria y prolífica obra también se advierten en este libro otras facetas de Cave como la de director de festivales, como prueba su paso por Meltdown en 1999: no sólo se empeñó en programar ni más ni menos que a Arvo Pärt, sino que conoció en persona a la diva Ute Lemper, a la que regaló parte del repertorio contenido en el exquisito Punishing Kiss (2000, Decca). También se comenta muy de pasada su participación en ferias literarias, ya sea dando conferencias sobre religión y misticismo o charlando sobre el sentimiento de la saudade y el duende lorquiano. En fin, varias muestras más del poliédrico personaje que es Nick Cave y que, como se ve, trasciende lo musical para abrirse a nuevos horizontes artísticos con igual fortuna. Ojalá cundiese más el ejemplo en el árido panorama actual. +info | Relacionados | Iván Sánchez-Moreno