Festival Internacional del Circ Elefant d’Or
Festival Internacional del Circ Elefant d’Or
Girona, 13 a 18 de febrero del 2020
Desde hace 9 años se celebra el Festival Internacional del Circ Elefant d’Or, y son ya seis años los que llevamos siguiéndolo. Primero en Figueres y desde hace tres años en Girona, en una carpa que permite tener una visión total de la pista, exenta de palos de soporte interiores, utilizando el Palacio de Congresos como antesala de la misma, con stands, y puesto de comidas, que hace que el acceso al mismo tenga ya un ambiente circense previo. Un esfuerzo que desde el principio ha hecho, para conseguir esa continuidad y esa calidad de los artistas, su director Genis Matabosch.
Las funciones se dividen en dos espectáculos, uno rojo y otro azul, que se van alternando durante los cinco días que dura el festival y que culminan con una gala final donde se dan los premios; porque no solo es una muestra, si no que reparte unos premios entre los artistas —que son muy valorados por ellos—, según una votación del jurado especializado, y otra del publico asistente.
Una vez situados, me gustaría hacer una reflexión sobre el circo en general. A pesar de que en la actualidad, al menos en Catalunya, afortunadamente, se han eliminado los animales no domésticos de las actuaciones, los números que se desarrollan en la pista continúan comportando, en muchos casos, un riesgo, a veces un gran riesgo, para los participantes —después repasaremos los artistas que han actuado este años, y lo podremos comprobar—. En otros momentos, si bien no hay un riesgo físico, o al menos eso parece, sí que los artistas necesitan hacer ejercicios de precisión que les llevan a estar en absoluta tensión todo el rato. Incluso los payasos cada vez incorporan más en sus números acrobacias y malabarismos.
Riesgo y precisión son dos de los factores necesarios para completar un buen número con el que disfrute la gente, a veces ambos o solo uno de ellos. Y aquí es donde existe esa comunión que los que actúan consiguen con los que los ven. Porque el espectador solo espera que el artista triunfe, que logre lo que se ha propuesto que, ¡por favor!, no le ocurra nada; que si mientras hace un ejercicio peligroso, parece que no lo logrará y finalmente lo consigue, la sensación de satisfacción sea enorme. El circo necesita de la empatía del espectador para triunfar. En cualquier espectáculo podríamos decir que pasa lo mismo, pero es relativo. Un concierto en el que los músicos no estaban inspirados y que ha sido un fracaso; un ballet donde los bailarines se equivocan ostensiblemente; una obra de teatro en la que los actores olvidan el texto; incluso un acontecimiento deportivo en el que el equipo que queríamos que ganase no lo ha hecho; nunca podrá ser comparado con lo que pasa en un espectáculo de circo. El fracaso, en los casos anteriores, se puede recibir con muestras de disgusto más o menos evidente —a veces, muy evidente—. En el circo siempre hay un aspecto que no nos permite hacerlo. Los errores, en el caso de que sean solo eso, errores y no accidentes, no son acogidos con expresiones de disgusto evidente. Si acaso lo son con silencios respetuosos. No sé qué pasaría si un cantante, un actor o un bailarín, a mitad de la actuación, se equivocaran y intentaran, nuevamente, volverlo a hacer bien, incluso dos o tres veces. En el circo, cuando ocurre esto, con un expectante silencio absoluto, si finalmente consigue su objetivo, los aplausos se acrecientan exponencialmente —hay quien dice que, a veces, fallan a propósito, para recibir, luego, un aplauso mayor—.
¿Qué hace que a los que participan como protagonistas en un circo, se les tenga esa deferencia? ¿Qué hace que, de alguna manera, nos pongamos en su piel? ¿Qué hace, y pongo el caso más simple, que cuando a un malabarista se le cae el bolo al suelo o el aro, la gente no le silbe, al revés, espera que lo vuelva a repetir para poder aplaudirlo si le sale bien la segunda vez? Son preguntas que no acierto a responder. Es el premio al esfuerzo, pero no solo eso. Es esa identificación que nos lleva a reaccionar como si nosotros formásemos parte del número que se representa. Puede que nos ayude a entenderlo, una frase del director de cine Federico Fellini: “En un espectáculo de circo siempre hay un factor de riesgo, que es auténtico. Es decir, en un espectáculo de circo siempre hay un factor de vida”.
Volvamos al Festival Internacional del Circ Elefant d’Or. Entre las dos sesiones, pudimos ver hasta 26 números, además del apoyo constante de la orquesta de Paris Circus; y el Ballet of Belarus State Circus, que aparecía en algunos momentos, para abrir el espectáculo o para los cambios complicados, entre número y número.
La mayoría de los participantes eran de nacionalidad rusa, o de las repúblicas que habían formado, en otra época la URSS —Kazajistán, Bielorrusia o Ucrania—. Rusia era el país al que se homenajeaba en esta edición del festival, recordando la llegada, hace 50 años, del Circo Ruso a Catalunya. Desde Asia llegaban varios números procedentes de China; y del continente americano, habían artistas procedentes de México, Cuba, Argentina y EEUU.
No voy a explicar en qué consistía cada uno de los 26 números, pero sí que quiero destacar alguno de ellos. Wesley Williams, el representante estadounidense, conformaba uno de los números más arriesgados y difíciles, dando una vuelta al escenario con su monociclo de 8,5 metros de altura, considerado el más alto del mundo. Logró, por supuesto, uno de los dos Elefants d’Or, el máximo premio que se concedía. La verdad es que, viéndolo en directo, parecía imposible que pudiera mantener el equilibrio sobra un frágil monociclo a la altura equivalente a más de dos pisos de un edificio. Los otros vencedores fueron el dúo de cintas aéreas de Ekaterina Zapashnaia y Konstantin Rastegaev, rusos ambos. Una actuación llena de riesgo, donde los artistas, a gran altura, evolucionaban sosteniendo él a ella, a veces, únicamente con el empeine del pie, mientras unas cintas, colgadas de lo más alto de la carpa, lo sostenían a él. Había otros dos números de cintas aéreas, una pareja mixta, el Dúo Anishchenko, y otra formada por dos mujeres, Red Sails. Los tres de una altísima calidad, pero puede que, para nosotros, manteniendo la misma dificultad de evolucionar suspendidos por unas telas, Alesia Melchanka y Ekaterina Mikhailova, desde un punto de vista estético, fundamental en este tipo de número, fueron las que nos gustaron más.
Otra de las intervenciones más interesantes del festival fue la de la Troupe Volozhanin, con sus equilibrios a gran altura sobre escaleras móviles. Precisión absoluta la de estos cuatro artistas en completa conjunción. En cuanto a los equilibrios y malabares sobre suelo, destacar la Anhui Acrobatic Troupe, procedentes de China, en la que uno de sus miembros conseguía mantener en equilibrio sobre la cabeza más de treinta banquetas. También de ese mismo país, las 13 componentes femeninas de la Yinchuan Acrobatic Troupe, conseguían subirse a la vez en una bicicleta mientras giraban por la pista.
Otros artistas destacados, en ejercicios donde la fuerza era fundamental, fueron el Dúo Dádiva, procedentes de Cuba. Un mano a mano sobre rola-rola, como se denomina este número en el que el portador, Iyolexan Torres, se sitúa sobre un rulo en movimiento mientras sostiene con sus manos, las manos de su acompañante, Amalia Cruz, que evoluciona en equilibrios casi imposibles, sostenida por él. El otro número de fuerza que nos gustó especialmente, fue el de Deserve to Fly, desde el portor coreano, donde el portador con las piernas y la cintura atadas a una estructura a mucha altura, lanza a su compañera al aire, para volverla a coger con sus manos. De una dificultad tremenda, la pareja que formaban Keseniia Nikifiriva y Ruslan Sementsov cuidaban absolutamente, a la vez, la belleza estética de la propuesta. Como hiciera también el contorsionista mexicano, David Merez, con esa posturas absolutamente imposibles, que casi nos daban dolor de huesos a todos.
Números de acrobacia con aros; tres de malabares; de rola aérea; de plancha coreana; de equilibrio en escalera fija y en escalera aérea; de mástil aéreo; y de barra rusa; completaban las funciones.
He dejado para el final a las dos intervenciones cómicas. Ambos rusos, Andrei Popylovskii, que evolucionaba con su humor jugando con un enrome neumático; y Oksana Awkward, una magnífica payasa. Esta última en la línea de los grandes payasos rusos actuales, como el reconocidísimo Slava Polunin, con una comicidad basada en la mímica. Su entrada recreando el cuento de Blancanieves —con un sufrido espectador haciendo de príncipe— es, para nosotros, posiblemente, el mejor número cómico de todos los años en los que hemos asistido al festival.
Desde siempre el circo ha sido algo mágico para mí. Pero ver un circo como éste, de una calidad extraordinaria, en la que esa tristeza, casi decadente, que se refleja en otras ocasiones por la precariedad del espectáculo, aquí no existe. Es algo que hace que los espectadores salgan satisfechos, pensando que ha valido la pena asistir al Festival Internacional del Circ Elefant d’Or. A lo mejor la tristeza esté presente entre bambalinas, pero esa ya es otra historia. + Info | Relacionado | Texto y Fotos: Federico Francesch | DESAFINADO RADIO
Video Diari de Girona
9th Gold Elephant Festival Girona
Moltes gràcies Diari de Girona & Uri Boyer Lopez per aquest video tan fantàstic!!!
Publiée par Festival Internacional del Circ Elefant d'Or sur Mardi 25 février 2020