Daniel Seguer

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Emir Kusturica (2021) Editorial Cátedra

Coincidiendo con la reciente aparición de Emir Kusturica, un ensayo de Daniel Seguer sobre la obra cinematográfica de este realizador serbio-bosnio, se brinda un breve repaso a sus contribuciones en el ámbito musical, resaltando de paso sus colaboraciones con Goran Bregovic. Más que un director de cine, Emir Kusturica es un cineasta. El matiz diferencial que subraya Daniel Seguer, autor del presente estudio publicado por Cátedra, es muy relevante en tanto que distingue al mero artesano funcional de aquel otro artista que refleja en su cine su propio estilo, universo simbólico y obsesiones personales de manera identificativa. Por supuesto, Kusturica es mucho más que eso, pues en su currículum también se cuenta con una notable carrera como actor, productor y guionista, además de músico. El objeto de estudio no fue dado a dedo por parte de la editorial. Seguer es un especialista en el tratamiento que ha vertido el cine sobre la guerra de los Balcanes (1991-2001). Una vez desmanteladas las antiguas repúblicas adscritas a la URSS como Yugoslavia, Chequia, Hungría o Eslovenia, pasaron a ser económica y culturalmente fagocitadas por Alemania, mientras que otros países fronterizos como Polonia quedaron a merced administrativa de Rusia. Los cambios estéticos y temáticos en el cine de Kusturica pueden muy bien servir como reflejo de las consecuencias de ese espíritu depredador de las grandes potencias europeas. O, dicho de manera más llana, de la influencia de Occidente sobre el lado oriental del mundo. También es verdad que, con este libro, Seguer viene a llenar un hueco bibliográfico importante, puesto que tan sólo se contaba hasta la fecha con un libro sobre Kusturica publicado en España: concretamente Claroscuro balcánico, editado por la Filmoteca Canaria hacía ya dos décadas. A lo largo de toda su filmografía, Kusturica ha pasado de un optimismo vitalista, muy ligado a la libertad ejemplar del pueblo gitano, a un pesimismo más misantrópico. Kusturica no disimula su descontento con el mundo social actual. No en vano, ha sido toda su vida un ferviente detractor del imperialismo y el capitalismo, a pesar de la financiación internacional de algunos de sus films más prestigiosos. Recuérdese al respecto su paso por los EEUU para rodar Arizona Dream (1993) con Johnny Depp, Jerry Lewis y Faye Dunaway, así como sus clases magistrales en universidades como las de Columbia (Nueva York). A nivel temático, el cine de Kusturica no sólo se ha centrado en la crítica al totalitarismo bajo la dictadura del mariscal Tito (1953-1980) y la posterior crisis de las repúblicas balcánicas. Su mirada cinematográfica es además muy interesante a la hora de analizar los cambios en la estructura familiar a consecuencia de las transformaciones sociales y políticas de su país, así como para valorar la especial sensibilidad que tiene Kusturica para resaltar sin ridiculizar el folklorismo patrio. Esta visión es particularmente más destacada cuando hace una revisión de la influencia gitana en su cultura o al introducir elementos oníricos y surrealistas en algunas escenas que se han convertido en idiosincrásica marca de la casa. Este mal llamado “realismo mágico” ha sabido congeniar muy bien con su peculiar estilo anárquico, casi punk, de filmar. En lo estético, otra característica remarcable es un desaforado barroquismo en sus puestas en escena, con una sobresaturación de objetos, masas corales, música abrumadora, el protagonismo de algunos animales como elemento narrativo, etc. –una mula en La vida es un milagro (2004), dos felinos en Gato negro, gato blanco (1998), unas ocas ensangrentadas en La Vía Láctea (2016), un pavo en El tiempo de los gitanos (1989), etc.–, así como la constante intertextualidad con la que apela en sus películas a vastas referencias ajenas.yH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAIBRAA7 - Daniel Seguer

Bien es verdad que, con el tiempo, su cine se ha vuelto cada vez más previsible y reiterativo y que quizá la madurez le haya limado aquel sentido del humor tan satírico de sus comienzos. Es cierto que Kusturica fue, como tantos otros cineastas, un invitado de piedra en muchos festivales de renombre y que ese endiosamiento le ha pasado factura hasta el punto de distanciarse cada vez más de su público más fiel. Prueba de ello fueron los documentales que dedicó a Diego Armando Maradona (2008) y al ex-dirigente uruguayo José Mujica (2018) con cierto recato y servilismo. Tiene justificación, pues en sus inicios Kusturica probó suerte como futbolista antes de decantarse profesionalmente por el cine. Asimismo, su preocupación por las problemáticas sociales queda patente al haber promovido la construcción de todo un pueblo en las montañas serbias (Drvengrad) muy cerca de la frontera con Bosnia, reciclando los decorados que empleó en una película (La vida es un milagro) y añadiendo luego otras casas cercanas derruidas para ampliar el pueblo. En la actualidad, dicha improvisada localización acoge un festival de música y cine underground que él mismo dirige (Küstendorf). La filosofía que rige la convivencia allí es la defensa de lo local frente a la imposición del mercado de la globalización y la provisión de productos ecologistas y de manufactura artesanal. El último giro en su carrera devino a raíz de una crisis existencial tras la muerte de su madre, convirtiéndose al cristianismo. Durante los muchos años que su país estuvo sometido bajo el yugo del imperio otomano, gran parte de la población se vio obligada a abrazar el credo musulmán. Kusturica manifestó haber experimentado una epifanía que le animó a acercarse a la iglesia ortodoxa. A nivel histórico, tal decisión supone un vuelco radical en cuanto al legado cultural y folklórico heredado de sus ancestros. Téngase en cuenta que, entre el pueblo eslavo, habían convivido serbios ortodoxos, croatas católicos y bosnios musulmanes hasta el estallido de las guerras balcánicas. Paralelamente Kusturica ha seguido cultivando una notoria trayectoria musical. En 1985 comenzó a tocar bajo y guitarra eléctrica como mero divertimento, colaborando en un par de discos de Zabranjeno Pusenje. Luego llegaría su prolífica alianza con Goran Bregovic, quien compuso las bandas sonoras de películas como El tiempo de los gitanos (1989), Underground (1995) y la citada Arizona Dream (1993), en la que participó también Iggy Pop. Este aparentemente feliz encuentro no fue tal, en realidad: Kusturica acusó a Bregovic de falta de integridad al haber plagiado una canción de Iggy con posterioridad. Cuánto de cierto hay en esa aseveración es algo que el propio Bregovic no quiso desmentir ni aclarar. No obstante, el divorcio artístico entre ambos sirvió a Kusturica para retomar su carrera musical con la No Smoking Orchestra junto a su hijo Stribor.  Conviene aclarar que cuando estalló la guerra de Bosnia en 1992, una parte de los Zabranjeno Pusenje se desvinculó por completo del proyecto original por diferencias políticas: así, los músicos independentistas que tomaron partido probosnio se marcharon a Sarajevo, mientras que los que se decantaron por el lado proyugoslavo –como Dr. Nelle Karajlic, el cantante solista de la banda– se instalaron en Belgrado. De esta escisión surgió la simiente de la No Smoking Orchestra de Kusturica. No será ésta su única incursión de manera activa en el ámbito musical. Kusturica también es responsable de varios videoclips (por ejemplo, el de La Radiolina de Manu Chao) y hasta de una ópera punk que es, en realidad, una adaptación escénica de El tiempo de los gitanos que en España se llegó a incluir en el cartel del Festival La Mar de Músicas de Cartagena (2012). Por aquello de volver a preguntarse quién copia a quién, conviene advertir que ocho años antes había sido el vilipendiado Bregovic quien se estrenó como compositor de óperas con Karmen with a happy end, su particular relectura del clásico de Bizet, mientras que en el álbum Unza Unza Time (Universal, 2000), la No Smoking cuela una pieza –Drang Nach Osten– que parece remitir al Kalashnikov de Bregovic, verdadero leitmotiv de Underground. ¿Copia o guiño? Otras fuentes afirmarán que sus distancias creativas surgieron al posicionarse en uno u otro polo durante la guerra. Si bien Kusturica se sentía serbio de nacimiento, Bregovic –nacido como aquél en Sarajevo– no quiso posicionarse a favor de la independencia de bosnia, pues siempre ha declarado su nostalgia por la Yugoslavia unida anterior al conflicto bélico. Así, mientras que Bregovic nunca regresó de su exilio francés, Kusturica sí decidió volver para echar raíces en su país de origen e incluso atacar públicamente a líderes ultranacionalistas como Vojislav Seselj, a quien retó a un duelo de madrugada con arma blanca o de fuego, según escogiera el retado. Éste, con buen sentido común, declinó la invitación para no verse implicado en un asesinato improcedente. De todas maneras, la osadía de Kusturica le pasó factura, pues sus discusiones con el resto de sus estrechos colaboradores le obligó a rehacer a casi todo el equipo para poder seguir trabajando a sus anchas, purga que por suerte no afectó a las filas de la No Smoking Orchestra, con la que ha grabado ya seis discos. Entre sus aficiones, ya ni el cine ni la música son prioritarios. Emir Kusturica es un hombre viejo y algo cansado que prefiere tomarse la vida con mucha calma. Se le ha achacado cierta desidia en aquello que hace, y no disimula que con gusto se ha vuelto más vago con los años. Sabe que los laureles del pasado no volverán a reverdecer, pero también puede presumir de haber compartido romance –aunque sea en la ficción– con Monica Bellucci. De envidiosos siempre andará el mundo lleno. + info | relacionados 

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